Identidad y movimiento
La identidad es un proceso dinámico influenciado por la biología y la cultura, donde la globalización y la tecnología juegan roles cruciales. Mientras que influencias externas como la web y los dispositivos móviles expanden nuestras opciones identitarias, también nos alienan de nuestro entorno inmediato. Los espacios de tránsito, antes fuentes directas de referencia cultural, están siendo transformados por tecnologías como el GPS y dispositivos visuales avanzados, alejándonos de nuestra realidad territorial. Esta paradoja destaca cómo la identidad se forma y transforma en un mundo cada vez más globalizado y tecnológicamente mediatizado.
IDENTIDAD Y MOVIMIENTO
La identidad es un concepto dialéctico en sí mismo, de movimiento, que se forma y transforma de ida y vuelta. Lo que pretendo describir con ello, es como la identidad está construida con rasgos distintivos que nos diferencian como individuos del resto de las personas, pero también con rasgos que tomamos de diversos grupos culturales identificándonos con ellos a mayor o menor medida.
Estos distintivos que construyen la identidad en un principio nos son dados, primero por la biología a través de la herencia genética que determina nuestro fenotipo y condiciones de salud, características que nos colocaran en rubros prestablecidos por nuestro entorno social. En segundo lugar, por las instituciones encargadas de otorgar un nombre, lengua e identidad de género a cada individuo, sumándose con el tiempo otros grupos sociales y culturales por medio de los cuales los individuos adquieren religión, educación o ideología, además de una serie de aspectos que constituyen la cultura con la cual se sentirá identificada en diversos niveles cada persona perteneciente a ella.
Es precisamente aquí donde encontramos la mayor complejidad respecto a la identidad. A pesar de ser compartida no existe como una identidad única, pero no solo por la selección de rasgos tomados de forma consiente o impuesta de nuestro entorno cultural en la construcción del yo, sino porque dentro de este complejo proceso el entorno cambia, la historia cambia, los sistemas políticos y económicos cambian, las tecnologías cambian de manera acelerada, cambiando por igual las características de los grupos culturales y sus individuos, quienes también cambiaran aspectos identitarios por la influencia de los agentes externos encontrados a lo largo de sus vidas.
En esta trasformación se ha visto afectado el espacio íntimo, ese espacio donde se comienza a construir la identidad del individuo, un espacio, en principio, controlado tradicionalmente por la institución de la familia. Un lugar históricamente privado comenzó a ser penetrado por agentes externos de manera masiva a partir del siglo XX. Primero la radio, luego la televisión, proporcionaban nuevos elementos que ampliaron el espectro para la construcción identitaria de los individuos en la privacidad de su hogar. A estos agentes se fueron sumando otras tecnologías que comenzaron a influir en el ámbito privado de manera exponencial en el siglo XXI, con la incursión de la web, las influencias culturales de alrededor del mundo se hicieron presentes, y con los dispositivos móviles se convirtieron en una constante.
Desde posiciones políticas hasta las formas de vestimenta, los gustos musicales, cambios en el habla, entre muchos otros aspectos culturales, forman parte de una globalización acelerada, dándonos como resultado un mayor abanico de construcción identitaria, no delimitado físicamente por el entorno en el que se vive, sino por decisiones que se convierten en algoritmos que agruparán individuos sin importar su cercana o remota localización, identificados a través del constante bombardeo de imágenes y videos aderezados con comentarios compartidos públicamente, con los cuales, dependiendo la opinión del individuo, se sentirá parte de grupos formados por desconocidos que de manera inconsciente participan en la construcción de la identidad.
No obstante, está globalización que ha permeado la intimidad de los individuos siguiéndolos de sus casas a lugares de estudio y trabajo, no ha logrado apropiarse, al menos no por completo, de los lugares de tránsito de las personas. El camino, sin importar como sea recorrido, de manera individual o acompañados, en vehículos particulares o públicos, muestra el lugar al que se pertenece territorialmente, indica cuales son las personas con las que se comparten los espacios habitados, las leyes que los rigen y las decisiones políticas que afectarán grupalmente.
Nuestra referencia visual inmediata, la del territorio en el que nos encontramos físicamente, nos llega sin intermediarios, filtros o recuadros delimitados, la encontramos en el exterior y nos vemos obligados a observarla constantemente cuando nos encontramos en movimiento, ubicándonos en el espacio que habitamos y en la cultura que nos rodea.
Nos enfrentamos a una paradoja más, el movimiento como referente espacial, el movimiento para conocer la otredad, el movimiento para indicar “estoy aquí, este es el lugar al que pertenezco”.
Los referentes visuales a los que nos sometemos por horas a través de las pantallas se confrontan a la realidad que nos rodea, el imaginario global se desvanece ante la realidad, y lo que vemos a través de nuestra mirada se complementa con sonidos, olores, con la percepción de nuestro cuerpo entero respondiendo distinto ante el clima cambiante.
El músico tocando el violín mientras es ignorado en el metro Nueva York, que la viralidad provocada por un sentimiento de indignación (genuino o no) global lo colocó en nuestro espectro cognitivo, deja de tener sentido identitario al observar al joven de barrio que canta rap en el sistema de transporte de nuestras localidades, mientras por la ventana en movimiento se observan pasar las casas, las fábricas y maquilas, las escuelas y parques del entorno compartido. El arte urbano se vuelve tangible, tanto las pequeñas manifestaciones visuales por medio del sticker y el esténcil, hasta las grandes obras en los muros de nuestras ciudades cobran razón de existencia cuando observamos con todos nuestros sentidos aquello que lo rodea, llevándonos a entender la manifestación social, la respuesta política, los anhelos e inquietudes circundantes.
Sin embargo, el desarrollo tecnológico ha comenzado a invadir con influencia externa la mirada de los espacios públicos y de tránsito, primero auditivamente, en un proceso similar al pasado con la radio en las casas, los individuos se comenzaron a aislar de los sonidos de su alrededor con dispositivos personales musicalizando a decisión propia su mirada desde las últimas dos décadas del siglo XX.
Hoy en día, es común, sino la norma, ver personas en los espacios públicos y en el sistema de transporte con la mirada fija en las pantallas de sus dispositivos móviles personales. El camino recorrido en automóviles dejó de ser un aprendizaje y descubrimiento del territorio circundante con la incursión del GPS. Integrado al día de hoy en todos los teléfonos celulares, este sistema ha cambiado la mirada del conductor, quien anteriormente intercalaba su conciencia en el espacio entre el camino al exterior de su auto, ahora lo hace del camino al interior, buscando el mapa que lo dirige paso a paso por el recorrido a su destino, convirtiendo el exterior lleno de datos visuales y culturales en un cúmulo de líneas y recuadros.
Recientemente, en este mismo año de 2024, hemos visto la mayor intromisión visual en el espacio de tránsito. Como si de película de ciencia ficción se tratase, dispositivos colocados a dos centímetros de los ojos, están modificando la referencia visual de los individuos, separándolos de su territorio y de las personas con las que lo comparte en todo momento.
Bibliografía
Geertz, C. (1973). La interpretación de las culturas. Gedisa
Benedict, Ruth. (1934). Patterns of Culture. Open Road Integrated Media

